Ven conmigo.
Te invito a pasar las horas que yo malgasto sola en mi cuarto.
Túmbate a mi lado. Haremos el amor en mi cama y si quieres,
luego, escucharemos discos viejos y nos prepararemos un bocata.
Yo no soy mejor que cualquier otra chica. A veces me callo porque no tengo que decir
nada. La mayoría del tiempo soy injusta
con mi imaginación desbordada.
Acércate a sentarte en el suelo de detrás de
la puerta. Podemos mirarnos los pies y
probarnos mis calcetines de rayas. Y si
te aburre podemos darnos besos, tocarnos los pechos, mordernos el cuello,
quitarnos la ropa y compararnos con mi libro de anatomía humana.
En realidad, tampoco soy un bicho tan
raro. A veces me callo porque me estoy
enamorando. La mayoría del tiempo.
Y si quieres te lo cuento, si te quedas un
rato. Tengo una camiseta vieja demasiado
grande para hacerte de pijama. También
una ventana por la que se ven las luces de los vecinos.
Son de color amarillo, y naranja en verano.
No me gustaría parecerte demasiado
romántica. Escribo mis frases buenas al
margen de los apuntes de oncología y las escondo bajo porcentajes de quién
morirá si la mala suerte hace de enzima.
Me canso, porque al final del día la boca se queda seca y el cuerpo
pegajoso y la ropa arrugada.
Estas cuatro paredes: la estancia. Tengo solo, para ofrecerte. Mi encierro. Ven a dormir conmigo, si ti estas
cosas que escribo me parecen una bobada.