Piaget se equivocaba. Sí, tantos años estudiando las etapas, que si la sensiomotora, que si la preoperitoria y resulta que ese pobre franchute traumatizó a tres hijos para nada. Crecer no es descubrir la permanencia de los objetos, ni la conservación de las áreas, ni siquiera razonar de forma abstracta, yo tengo otra teoría. Crecer es desencantarse.
Cuando se es pequeño todo resulta perfecto. Yo recuerdo ser pequeña y mirar arriba y verlo todo bonito, el cielo azul, los árboles verdes, los pájaros cantando Mozart en las películas de Disney. La ignorancia es muy feliz.
Luego, un buen día, me di cuenta que mi mamá y mi papá no eran los héroes que pensaba. Solo eran personas normales que cometían errores, incluso a veces se me hacían vergonzosos. En superar este trauma tardé toda la adolescencia, como el resto de mortales.
Y entonces llegó lo peor, yo, ese ser invencible, capaz de todo, valiente, fuerte, joven, acabó por no serlo tanto. Suspendí un examen, o dos, me emborraché, me enamore sin ser correspondida, me volvía emborrachar, lloré sin poder evitarlo. Al final me di cuenta que la sangre me mareaba, subir las escaleras me cansaba y las clases de fisiología me aburrían soberanamente, como a la mayoría de gente. Empecé a preguntarme si no sería más mortal de lo que yo creía. La imperfección en los demás es dura y llega a causar adolescencia en muchos casos, pero en uno mismo te conduce inevitablemente a la temida madurez.
Solo espero que poco a poco la vida me vaya enseñando más de sus fallos y quizá así descubra que la perfección no existe. A lo mejor podría llegar a recuperar esa felicidad que perdí. Esa debe ser la forma de llegar a las sabiduría, pero no quiero adelantar acontecimientos.
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