Había una vez la mujer
más fea del mundo. Cuando nació los
médicos investigaron si aquel terrible aspecto se debía algún tipo de patología
pero, tal y como comunicaron a su llorosa madre, la niña se encontraba perfectamente
bien. Simplemente, ella era así;
asombrosamente fea. Con el tiempo
Gumserinda, sus padres tuvieron a bien ponerle un nombre acorde con su
traspuesta fachada, fue al colegio y más tarde al instituto y a la universidad. Fueron tiempos duros, la gente rehuía su
compañía y ni si quiera las amigas de su abuela le concedían un inicio de “simpatía” al verla dispuesta a
salir de casa ataviada con sus mejores galas.
Tras conseguir el licenciado Gumserinda encontró un humilde puesto de
administrativa en un pequeño despacho.
Allí la poca gente con quien trataba estaba acostumbrada a su rostro, y
ya casi nunca les causaba sobresalto.
Un buen día, recibió una carta del editor del libro Record Guinness. A un astuto becario se le había ocurrido la
sublime idea de conceder entrevistas a el hombre más alto y más bajo, la patata más grande y más pequeña, el
ciclista más rápido y más lento, y por supuesto; a la mujer más fea y más guapa
del mundo. Gumserinda dudó en aceptar
pero al final accedió. Al fin y al
cabo, si la gete iba a reírse de ella de todas formas, mejor ganar dinero con
ello. Además, acababa de salir la nueva
temporada de juego de tronos en DVD y necesitaba presupuesto para comprarla.
Cuando conoció a la mujer
más bella del mundo, la mujer más fea del mundo se sintió abrumada. Apenas pudo mirarla directamente unos
segundos. Como la mayoría de presentes,
hubiera preferido y le era más cómodo otearla de reojo, pero se esforzó en
aguatarle la mirada, pues sabía que descubrir a alguien curioseando a escondidas
es una cosa bastante molesta. Pronto
los ojos dejaron de escocerle y la sensación se volvió soportable, incluso
placentera. Durante la sesión de fotos,
la cámara se rompió varias veces. Al
principio Gumserinda se disculpaba avergonzada, pero enseguida descubrió que a
Maclovia, sus padres intentaron ponerle un nombre que contrarrestara su
apabullantemente hermosa presencia, sin éxito por cierto, le hacía muchísima
gracia y se propuso hacer las muecas más absurdas mandando a la basura un
equipo de reportaje entero.
Aprovechando que el pobre fotógrafo tubo que volver a su estudio a
buscar una vieja Leica según él megaresistente Gumserinda invitó a Maclovia a un café. Y para su completa sorpresa, esta accedió.
En una cafetería céntrica
y extrañamente vacía hablaron largo rato.
Sorprendidas, descubrieron que tenían los mismos gustos y hobbies. Ambas
ahorraban duramente para la nueva temporada de juego de tronos. Hicieron
chistes sobre sus diabólicos nombres. La mujer más fea del mundo le confesó a la
mujer más guapa del mundo que ella era la primera persona que aceptaba salir
con ella. Y mira por donde, había sido
la mujer más guapa del mundo ¡menuda
suerte había tenido! Entonces Maclovia reconoció que también para ella aquella
era una primera vez. Nunca nadie se
había atrevido a pedirle una cita, impresionados por su brutal atractivo y
temiendo un casi seguro rechazo. Todos
excepto alguien harto de rechazos ¡menuda suerte había tenido! Al rato, el
camarero las echó del local, según el gerente, espantaban a la clientela.
La mujer más guapa y más
fea del mundo se intercambiaron teléfonos en terminar la entrevista y al poco
tiempo comenzaron a salir juntas. Como
solo puede pasar con los amores verdaderos se dieron cuenta que aquella
relación, la suya, era única en el mundo.
Se fueron a vivir juntas a un pisito y en primavera se casaron. Todas las fotos de la boda debieron hacerse
con aquella vieja Leica megaresistente, aún así, quedaron bien bonitas. Las amigas de la abuelas de ambas novias
lloraron mucho durante la ceremonia y el ramo de rosas lo cogió, por supuesto,
el ciclista más rápido del mundo. Y
cuento contado, cuento acabado. Así que
no se os olvide queridos amigos, la enseñanza de esta historia: por muy feos
que seáis siempre habrá alguien más feo. Eso es; la mujer más fea del mundo, quien además tiene la fortuna de estar
casada con la mujer más guapa del mundo.
A Ulises. Por su largo viaje a través de nuestras imaginaciones.