No tendré vida suficiente
para echarte de menos, amiga mía. Allá
donde voy me quedo esperando encontrarte a la vuelta de la esquina. Al final del domingo, respirando, el tibio ambiente
de las noches de verano. No puedo evitar
imaginar que quizá algún día vuelva a verte, y ponerme triste al recordar que
nunca será así. Aunque te prometí que no
lo estaría. No me odies por ello. Solo
te echo de menos. Y a veces mucho más.
Pasé tardes estudiando en
esta mesa desde la que te escribo estas palabras. Mientras tú seguías viva, pero ahora no. Lo aprendí todo de la vida. Debería haber previsto que no siempre sigue
para siempre. ¿Dónde estás ahora, amiga
mía? ¿Estás? ¿Me ves? ¿Te enfadas conmigo? ¿Sigues enamorada? Yo sigo enamorada
de tu recuerdo, si te consuela. Sueño
que comes flanes de quilo en el capó del coche de tu padre, por una carretera
secundaria y celestial. Sueño que de
aquí a unos años nos encontramos allí, tú has visto todas mis cagadas y hablamos y
nos reímos de ellas durante horas.
Cuando estoy en apuros me
convenzo de que andas cerca, ayudándome.
Cuando toco la gralla me imagino que bailas siguiendo la comparsa. Sonríes,
menuda sonrisa. Por mucho que buscara, amiga mía, sé que no hay otra sonrisa
como la tuya aquí donde yo vivo. Y tú no. A veces lloro si pienso en ti, pero no me lo
tengas muy en cuenta. No estoy tan
triste. Solo te echo de menos. Y hoy mucho más.