Mi amor, profané las
montañas sagradas para ir a buscarte.
Allí el río tenía piernas y saltaba sobre al retama, esa rubia
histérica. Yo solo era caminante por el camino hundido de herida en la tierra. Las rocas me abrazaban cariñosas, con sus
pieles de espeso musgo. Pendientes
usaba la senda, brillantes despuntes, qué bellos eran, y yo deseaba agradecer a ellos las vuelta a casa, y ansiaba saber en
qué tienda los compraban. En el horizonte, salpicado de ciudad, muy a lo lejos, tan lejos
estaba: mi destino.
Quisiera yo saber, si era
tan tarde; los árboles ya se desperezan, porqué no dormía pensando en ti. También la noche me sonreía, con su luna de
medio lado, menuda fresca. Quisiera yo
saber, cómo se deshilacha en luz cuando le entorno los ojos. Todo alrededor se me hacía raro en aquella
noche espesa. Sobretodo ese sueño en el
que tú no estabas y yo seguía despierta.
Luego de fondo las musas modernas me tocaron; canciones, con sus gafas
de pasta y sus ukeleles.
Seguí tus huellas de
leopardo asesino. Mi amor, por ir a
buscarte. Mamá si me muero, perdón por
no hacer la cama. Tus gruñidos ya se
escuchaban a través de la densa sombra, espumosa como la copa de una cerveza. Me dices menos palabras por minuto, aunque
son igual de iguales, cuando estas enfadada. Me lanzas miradas desde la pampa. Y mi cuerpo
desplumado en un cruce de cazadores. La
señal apuntaba a bajo, pero nunca llegué al final de aquella verdad asfaltada.
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